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Miedo (Sicosis) Cuento

“Quien dice que el alma no sueña”.

No tenía ni 3 años cuando un día sentí que el suelo estaba vivo y me cargaba, yo sentado en mi bacín verde, con el pantaloncito bajado, impúdico haciendo mis necesidades, eso que solo los niños hacen delante de todos sin ofender a nadie. Mi madre, bella ella, había estado columpiándose mentalmente, meciéndose con los ojos cerrados mientras tarareaba esa canción, esa canción que me vio nacer y me hace suspirar, ella cantando y encantando sus recuerdos. De pronto corrió hacia mí con los brazos estirados intentando sujetarme mientras el mundo me cargaba. Mi hermana ya estaba afuera de la casa, gritando.

– ¡Temblor, Mamá corran! - aullaba mi hermana.

Bajamos las escaleras lentamente, pausadamente, mi madre me llevaba en brazos, yo feliz la miraba observando su pelo tan negro y largo, su piel suave y blanquísima, sus ojos enormes y claros como un caramelo, mi madre me abrazaba y en el descanso de la escalera, me dijo con cariño.

– Vamos a rezar a la virgencita hijito- yo temblaba y mi corazón saltaba de amor por ella, en ese momento mágico en el cual la tragedia externa era dominada por lo nuestro.

Aquella mañana se cerró un pacto entre los dos, fui feliz, ella también, y a pesar de que corría gentes por todos los lados, mi abuela, hermanos, mi padre que llegó con prisa de la calle, nada pareció cambiar en nuestro mundo que se movía en cámara lenta. Mi madre pausada, yo abrazado y pegado a su mejilla, estábamos sobre todos, un mundo sin sonido, sin dolor, sin apuro. Mi madre caminaba y sonreía tímidamente con sus ojos brillantes, iluminando la miseria que nos rodeaba, de gente asustada y miedosa.

Por la noche mientras me cantaba en mi cuna, yo solo veía su larga cabellera caer sobre las sombras, y su cantar casi murmullo me llevaba lentamente al mundo de los sueños, y yo con una sonrisa suspiraba.

- Mamita te amo- cerrando los ojos, me dormía.

Esa noche algo fue diferente. Tosiendo, atragantado, quise abrir los ojos pero no pude, estaba oscuro, hacía calor, no podía respirar, -algo me agarraba la garganta, descubrí un nuevo sentimiento, el miedo.

Abrí los ojos con esfuerzo, vi a mi mami, traté de sonreír, de abrazarla pero no pude, ella me tenía sujeto del cuello y me apretaba con fuerza, mis manos estaban heladas, mi frente mojada, quise gritar.

-Mami, ¿qué me haces?, al mirar sus ojos, sentí esa nueva sensación, miedo, sus ojos caramelo, brillan de forma extraña, vi furia, estaba despeinada, desnuda, balbuceando palabras, con voz gruesa como de hombre, no entendí pero me asustó. Mis ojos se iban cerrando, pero otro grito más fuerte y un empujón que aventó a mi madre al suelo, me devolvieron la luz, vi a mi padre y lo escuché gritar.

-¡Luisa suelta al chico, déjalo carajo!

Forcejearon, lucharon, mi madre saltó, peleó como una fiera con mi padre que intentaba agarrarle las manos, luego de varios minutos logró dominarla, ella tendida en el piso, luego se la llevó, yo mudo no lloré, solo sudaba, temblaba de frío, de miedo, de soledad.

Algo cambió desde aquel día, pues desde que amanecía estaba oscuro, el piano acompañando la voz angelical de mi madre ya no se escuchaba. Ya no había olor a pastel recién hecho, ni ese dulce de leche que me encantaba que mi mami preparaba por las tardes a mis hermanos y a mí, y nos peleábamos por el plato mejor servido, y ella me daba un poco más a escondidas, y yo feliz de nuestra complicidad.

Algo cambió, y yo también, encontré refugio en un closet en donde me sentiría a salvo, no sé bien aún de qué, quizás de mis hermanos que se habían vuelto más agresivos, quizás de la gata de mi mami que me arañaba, o quizás del temblor.

-¡Qué jodido hermano!, que historia, si no me cuentas no te creo, ¿tú qué crees qué le paso a tu vieja?-

-No se “brother”, ella cambió de un momento a otro, y yo sentí que la perdí, o peor aún, que me producía miedo-.

-¿Pero tú crees que estaba embrujada o algo?-

-No, no creo, era una enfermedad, pero nunca mi padre me quiso decir que era, luego de varios años y muchos tratamientos ella se curó, o creo que se curó, me di cuenta que estaba mejor por que empezó a cantar y a cocinar panecillos, pero la viejita murió de un día para otro unos meses más tarde.

_Jodido hermano. ¡Oye! toma pues, hablas mucho y “chupas” poco, jajá-.

-Ya, ya, no me apures, que me atoro – ¡mozo!, ¡Tráete 6 cervezas más!

_ ¡Ah carajo! esto se pone sabroso hermano, jajaja-.

-Para que no me andes apurando “brother”, ahora vas a tomar como hombre, ¡salud compadre por los 25 años que jamás volverán!- chocando los vasos y vaciándolos rápidamente, los dos amigos celebran. La “salsa” que sale de algún parlante escondido los envuelve, las mesas humeantes por las colillas de cigarrillos, botellas, y culpas, donde nadie se conoce y todos se saludan, es la típica cantina de barrio de clase media.

Las horas pasaron más lentas que las cervezas, ya borrachos Javi y Larry, caminaron cruzando pistas y calles como dos coyotes en el monte a la medianoche, siguiendo sus instintos, saltando, esquivando con sus últimos reflejos.

_ Hermano, vamos a llevarle flores a tu viejilla- balbuceó con los ojos perdidos, Larry.

-¿Flores? , ¿”pa’qué”?, no seas loco “broth”, no la he visto hace muchos años- casi inaudible, susurrando, buscando el oído de Larry.

-Va vava vamos hermano, tu vieja era una sasa santa, solo que se loqueó- gagueando poniéndose una mano en el pecho y otra en la frente, vomitando en el acto.

-Jajaja, borracho, ¿flores? no, no le gustaban, mejor vamos a cantarle “brother”, - recobrándose un poco, más animado Javi.

Los caminos son más cortos para dos borrachos, el tiempo no significa nada, y la prudencia no está en sus mentes. El cementerio público no debía estar lejos para ellos.

-“Madre querida madre adorada hoy es tu día que Dios te ha dado”- balbucea Larry.

-¡No era tu madre sino la mía borracho!- grito Javi molesto y confundido por no saber bien en donde está parado, con dificultad logra leer bajo la luz de un farol, con ayuda de la luna, y el celular “Luisa Carolina Martínez” QEPD 1930-1970, “Con amor de su esposo e hijos que siempre le recordaran”.

-Mamita, te voy a cantar una canción, ya que tú, ya no me cantas- Javi empezó vacilante una canción de cuna, “Estrellita primorosa el encanto de Mamá…”

-Ya mejor vámonos hermano, ya estoy cansado- interrumpió Larry aburrido, dándole un pequeño empujón en el hombro a Javi.

-No, ya no me voy, tú querías venir, ahora te jodes- fastidiado.

-Vamos compadre ya es tarde, nos van asaltar- recobrando la conciencia Larry.

-No, no, no, yo me quedo, yo me quedo con mi mami- entrecortado Javi, terco, molesto, borracho.

-Bueno yo me largo compadre, estoy cansado y ya se me está pasando el trago y eso me enferma, chau, bye, arrivederchi- despidiéndose Larry dio media vuelta, caminando en zigzag desapareció dentro de las sombras de la noche.

-¡Lárgate si quieres, no te necesito!, total tú cantas mal, ahora te crees “poligloto” o “polidiota”, no sé – murmura Javi.

Javi siguió cantando minutos, horas, luego se arrodilló cansado abrazando la tumba de su madre susurró –hasta mañana mamita-. Y se durmió.

-¿En serio mami?-

-Si hijito, es una historia triste pero cierta,- cariñosa le acaricia la cabeza mientras lo va acostando.

-¿Me cantas mami?- mimoso, coqueto sonriente.

-No se hijito- titubeante- es tarde y estoy cansada- mirando el reloj infantil con orejas de “dumbo” colgado en la pared.

-Por fa, mamita, para dormir mejor y soñar con los angelitos.

-Está bien pero algo cortito no más, ¿sí?- casi susurrando sin fuerzas.

-Si mami, no quiero que te pongas fea como la otra noche, eso me asustó mucho-

-Nunca más hijito, te lo prometo- sonriendo con los ojos brillosos, perdiéndose en su mundo.

¡De repente!, todo empieza a temblar, la cama, su cuerpo, el miedo otra vez. Ella con los ojos desorbitados, inmensamente oscuros, esta parada sobre la cama, una almohada aparece en sus manos, que envuelve todo de oscuridad, la respiración agitada de ella se confunde con los gritos ahogados de él, ella grita con furia, con odio, con amor, en un lenguaje indescifrable, salta ágilmente otra vez, sentándose encima de la almohada, encima de él, encima de la vida, los gritos no se escuchan, ella ríe, a él le tiembla el alma.

Lo encontraron al día siguiente congelado, abrazando una toma de agua para incendios, a dos cuadras de la cantina donde había estado bebiendo. Esta vez no hubo canción, ni amanecer,… quizás si angelitos.

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